Con la expresión american way of life se intenta caracterizar el modo de vida del estadounidense promedio y si bien, como casi cualquier concepto, resulta un tanto ficticio o ingenuo pensar que la compleja realidad puede resumirse así de fácil, podemos aceptar de inicio la existencia de ciertos elementos comunes que reflejan un cierto modelo cultural que además, en un contexto de globalización o sutil colonización, ha sido adoptado por millones de personas en muchos otros países con singular beneplácito.
Durante algún tiempo este modus vivendi se comprendió sobre todo en cuanto a sus dimensiones culturales, un amplio espectro ideológico y práctico que iba de la política al entretenimiento, de la alimentación a la religiosidad o la moral pública y, por consiguiente, sus críticos alertaban contra la homogeneización cultural que el american way of life traía consigo.
Si bien es cierto que podemos hablar de hamburguesas, películas de Hollywood, liberalismo o algún otro elemento presente en la construcción de este concepto, quizá podríamos agrupar esas pequeñas piezas en categorías más amplias y decir, por ejemplo, que uno de los elementos más importantes delamerican way of life se relaciona con los llamados “hábitos de consumo”. En efecto: si algo caracteriza a la economía estadounidense es su vertiginosa dinámica industrial basada en el consumo: nadie consume tanto en el mundo como los estadounidenses, de ahí que otros países como China o México dependan tanto de lo que puedan venderle a estos ávidos e insaciables compradores. Una economía, además, en la que desechar para volver a comprar es uno de los pasos más importantes en esta cadena aparentemente productiva en la que el dinero no puede dejar de circular.
Entonces es este modelo económico y las prácticas cotidianas que favorece (especialmente en cuanto al consumo y el desecho de lo producido) lo que está en el fondo del american way of life, lo mismo que la razón por la cual esta serie de hábitos se han propagado a otros países que guardan algún tipo de relación económica con Estados Unidos.
Sin embargo, últimamente esta euforia consumista se ha revelado como el factor principal que tiene al planeta al borde del colapso ecológico. Un informe reciente de la Global Footprint Network —organización que mide el impacto que el ser humano provoca en el medio ambiente— asegura que si todos los seres humanos viviéramos como vive el estadounidense promedio, se necesitarían cinco planetas Tierra para satisfacer nuestras necesidades de consumo, sobre todo porque la Tierra es incapaz de emparejarse en sus procesos naturales al ritmo de vida que le imponemos.
Las emisiones de dióxido de carbono, por ejemplo, superan en un 44% las emisiones que naturalmente podrían reabsorberse. Dicho de otro modo: cada año la humanidad produce tanto dióxido de carbono como la Tierra podría procesar en 18 meses. ¿Qué pasa con ese excedente de 6 meses que este “servicio ecológico” no puede admitir?
La variable base que utiliza esta organización es la “huella ecológica” [ecological footprint] que se calcula relacionado la cantidad de tierra y mar que determinada población necesita para producir los recursos que consume y también para reabsorber sus emisiones de CO2. Así, el estadounidense promedio tiene una “huella ecológica” de 9 hectáreas globales: son necesarias 9 hectáreas de tierra y mar para satisfacer sus hábitos de consumo y reabsorber las emisiones de dióxido de carbono que estos generan. En el otro extremo se encuentran los habitantes de Malawi, Haití, Nepal o Bangladesh, que requieren aproximadamente ½ hectárea global para lo mismo (aunque, sospechamos, más por pobreza y precariedad de condiciones que por otra causa).
A este respecto Nicole Freeling, vocera de la Global Footprint Network, declaró lo siguiente: “Aunque quizá las personas que viven en los niveles mínimos de subsistencia o incluso por debajo de ellos necesitarían incrementar su consumo para salir de la pobreza, la población más pudiente puede reducir su consumo y aun así mejorar su calidad de vida”.
Es cierto que es difícil encontrar el punto de equilibrio entre comodidad individual, consumo y cuidado del medio ambiente, sin embargo, tal vez sea necesario replantear algunos de nuestros hábitos cotidianos con miras a postergar o evitar completamente la catástrofe natural que parece inminente. Se dirá, quizá, que las grandes corporaciones también tienen mucha responsabilidad en este asunto, pero es un poco ingenuo esperar que de un día a otro dejen de hacer lo que tantas ganancias les sigue redituando solo porque el planeta se está yendo a pique.
pijamasurf
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