¡La crisis financiera finalmente ha terminado! O al menos en lo que respecta a los sueldos que los grandes banqueros del mundo se conceden. El diario británicoFinancial Times solicitó a la consultora especializada Equilar un informe para analizar los sueldos de los mayores ejecutivos de los 15 bancos que, en buena medida, fueron responsables por la debacle económica que azotó a los ciudadanos de prácticamente todo el mundo (claro, excepto a los de la propia élite) y cuyos efectos persisten en numerosas economías nacionales. El resultado fue confirmar que el salario de dichos ejecutivos aumentó, en promedio, un 36%, alcanzando los 9.7 millones de dólares anuales.
Pero la opulencia en el incremento salarial de estos individuos no solo contrasta con las condiciones económicas de un gran sector de la población mundial, sino que incluso desentona con el aumento en las ganancias de sus propias instituciones financieras: dichos bancos registraron un incremento de apenas el 2.9% en sus ganancias respecto al año anterior.
El primero en aparecer en esta vergonzosa lista es el presidente de JP Morgan Chase, Jamie Dimon, quien si bien en 2009 se encontraba en el lugar número 13, un voraz aumento de 1,541% lo llevó a ocupar la posición de “honor” gracias a los $20.7 millones de dólares que percibe anualmente. En la segunda posición aparece John Stumpf, presidente de Wells Fargo, también estadounidense, con un sueldo anual de $17.5 mdd. El tercer escaño es para James P. Gorman, consejero delegado de Morgan Stanley, con una retribución de 14,8 millones de dólares al año. En cuarto lugar aparece otro personaje que también decidió meter el acelerador para escalar posiciones: un incremento del 1,536% a su salario, resultante en $14.1 mdd, otorga dicha posición a Lloyd Blankfein, presidente de Goldman Sachs, famoso por su cínica declaración de que los banqueros hacían “el trabajo de dios”.
Hace más de un año publicamos en PS un artículo titulado La CEOcracia, donde denunciábamos que el CEO promedio obtiene 90 dólares por cada dólar que gana el ciudadano promedio. Pero patéticamente tememos que esta irreal desproporción haya aumentado durante el último año, lo cual intensifica la denigrante naturaleza del diseño de nuestro sistema socioeconómico.
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