Imagen cortesía de Lucinda Horan
El rol de un escritor no es decir lo que todos podemos decir, sino lo que no somos capaces de decir
-Anaïs Nin
Hay una paradoja en todo esto: solo quienes han aprendido a separarse del colectivo y establecer sus propias fronteras y sentido de identidad serían capaces de abrir una transmisión y empáticamente fundirse con los demás. Para aquellos de nosotros que no nos hemos liberado de los programas de nuestro condicionamiento, la empatía o cualquier conexión verdadera con los demás sería demasiado amenazante, por lo que el aislamiento y la desconexión emocional serían necesarias para nuestra sobrevivencia psíquica. Pero, de nuevo paradójicamente, seres no-individuados serían extensiones de la mente grupal, sin tener una identidad auténtica —lo que explica su ferviente deseo de proteger la poca identidad que tienen.
Jean Cocteau dijo alguna vez: «Si tiene que decidir quién será crucificado, la multitud siempre salvará a Barrabás». Sin individuación, permanecemos como “parte de la multitud” y así siempre vemos los hechos de forma equivocada. La razón por lo cual la multitud entiende equivocadamente lo que sucede es porque no tiene un punto de vista genuino, ya que por definición una multitud está compuesta de muchos puntos de vista diferentes. El punto de vista de la multitud (que es el de la psique no-individuada) es un revoltijo en el que “el común denominador más bajo” gobierna. Todas las formas de expresión individual creativa o ritual que hemos discutido están diseñadas —conscientemente o no— para disolver este hechizo, usando un contrahechizo cuya intención es establecer (o reclamar) el punto de vista único del individuo.
Cuando no estamos anclados en un sólido sentido de identidad, la mente contagiosa de la multitud inevitablemente nos poseerá, como en la película de la década de 1950 The Blob [La Masa Devoradora]. La posesión por esta “masa” no es solamente común, como está en todas partes no registramos su existencia. Estudios han demostrado que la “inteligencia de la multitud” está determinada por la diferencia: una multitud se vuelve más perspicaz —se comporta de forma más inteligente, menos como “la masa”— cuando las personas que la constituyen tienen menos en común. Tales diferencias impiden que los individuos dentro de un grupo sean devorados por la mente grupal, ya que no imitamos a las personas que percibimos como diferentes a nosotros mismos. Las multitudes estúpidas suceden cuando todos se ponen de acuerdo entre sí: vestirse igual, hablar igual, actuar igual. Una turba se forma por una reunión de personas abiertas a la persuasión, que en realidad se han juntado para ser persuadidas, inconscientemente buscando refugio en la mente grupal. Grupos así consisten en personas que carecen de un sólido sentido de realidad o identidad: en pocas palabras, seres no-individuados. Estos seres no-individuados (que evidentemente conforman la mayor parte) se experimentan como individuos distintos y se agrupan para reafirmar su experiencia. Al formar una identidad grupal, validan la realidad del otro, generalmente usando un punto focal (ya sea Hitler o los Beatles [1]). Entonces se esfuma el espacio para una voz objetiva que desafíe esa falsa realidad, porque colectivamente el grupo tiene el poder para silenciar o expulsar a cualquiera que lo intente. Esto es lo que crea una turba y por lo que toda turba tiene una tendencia natural a la violencia[2].
Unirse a una mente grupal provee un sentido de pertenencia. Pero, irónicamente, cuando nos unimos a un grupo estamos inconscientemente buscando los patrones originales de la vida familiar que desde un inicio hicieron un cortocircuito con nuestro sentido de realidad. Los mismos patrones que han impedido la formación de una frontera saludable y han hecho cualquier tipo de acción autónoma —la individuación— imposible, lo que significa que ni siqueira podemos concebir la realidad como un estado interno en vez de solo una serie de reglas sociales externas. Este es un loop de retroalimentación negativo recurrente: las personas no-individuadas buscan grupos para sentirse seguros y tomar refugio en una mente grupal impide la individuación. Esto es lo que provoca que la mayoría de nosotros nos movamos de una “matriz” a otra, sin tomar respiro. Vamos de la vida familiar a la universidad, a un trabajo, a una relación de pareja, a formar una familia, sin descubrir un sentido de significado fuera de esos patrones. Por otra parte, solo es a través de esas interacciones grupales que podemos hacer evidentes esos patrones y reconocer qué tan imposible es escapar de ellos. Así que retraerse puede ser tan compulsivo como unirse, porque las dos son formas de no ver qué tan compulsivos somos.
Todos los grupos acaban alineándose con los “patrones familiares” (improntas tempranas) que los individuos tienen en común, porque estos son los patrones que unieron al grupo desde el principio. Son también los patrones que nos volvieron locos, esto es, incapaces de funcionar como individuos fuera del colectivo. Las neuronas espejo añaden un nuevo giro, más psicológico, a la idea de patrones familiares. Si nuestro cerebro empata todo tipo de comportamientos (incluyendo estados de ánimo) que observamos creciendo, entonces nuestros cerebros (y cuerpos) deben también recordar los momentos en los que empatamos esos comportamientos. De la misma forma como cuando un atleta o un artista marcial recuerda los movimientos musculares tantas veces repetidos y ese comportamiento eventualmente se convierte en una segunda naturaleza. Los primates aprenden a actuar mayormente a través de la imitación, el lenguaje incluido. Lo que comunicamos y la forma en la que lo comunicamos, entonces, es en gran medida in-formada por las personas a nuestro alrededor. Luego, como adultos, buscamos inconscientemente individuos que han adoptado estados de ánimo y patrones de comportamiento similares a los nuestros (debido a improntas tempranas similares), para que podamos recrear nuestro ambiente formativo. No importa cuan amenazante y perturbador haya sido para nosotros en la infancia, es ahora lo que sabemos, y la familiaridad, para la persona no-individuada, equivale a la seguridad.
De ahí que las actividades grupales tiendan a volverse grupos de culto, y también podría ser esta la razón por la cual existe tanta paranoia alrededor de los “cultos” en el clima actual, porque son recordatorios incómodos, reflexiones de nuestra dispensación colectiva. Entre más aborrecemos y condenamos los “cultos”, más nos podemos decir a nosotros mismos que no somos susceptibles a ese tipo de comportamiento. Pero todos somos susceptibles. La sociedad (y la misma realidad consensuada) es una forma de pensamiento grupal tan difundida que es indetectable para sus miembros. Es el máximo culto de control mental, uno que nadie tiene permiso de abandonar [3].
¿Pero en que se relaciona esto a la escritura? Una mentalidad colectiva se mantiene por el reforzamiento constante a través de las palabras: el grupo le dice a sus miembros qué pensar y luego sus pensamientos les dicen la misma cosa que les están diciendo que piensen. Esa es la forma en la que la programación funciona, a través de un comando de auto-perpetuación. La realidad se convierte en lo que nos decimos que es real, y qué nos decimos que es real es lo que nos dicen que nos digamos. La escritura es una forma de retomar este poder empezando a componer nuestro propio diálogo interno, escribiendo de esta forma nuestro propio programa. Al ir escribiendo nuestros pensamientos, sobre nosotros y nuestras vidas, logramos ver, desde la perspectiva de la tercera persona (aquella del Escucha), las formas en las que nuestras percepciones se han visto comprometidas por influencias externas. La escritura es una forma de desarrollar nuestras voces y desarrollar la voz de uno significa identificar y luego erradica cualquier elemento que no sea nuestra voz, esas influencias externas que distorsionan nuestra capacidad de expresarnos y dejar de cacarear las ideas de los demás y decirles lo que quieren oír —y decirnos a nosotros mismos lo que pensamos que queremos oír— en vez de simplemente decir la verdad. Dentro del contexto del pensamiento en grupo, sin embargo, decir la verdad puede ser —e inevitablemente será— la cosa más ostracizante que una persona puede hacer. La individuación —que es encontrar nuestra verdadera voz— solo puede ocurrir cuando nos salimos de la mente grupal, y ya que la mente grupal está mantenida por la “lealtad” de sus miembros, la individuación es siempre percibida como una amenaza a los otros miembros del grupo. Así que, al defender nuestra propia verdad e individualidad, invariablemente nos arriesgamos no solo sufrir el ostracismo del grupo, sino —al hablar de lo que los miembros no pueden darse el lujo de admitir ellos mismos— a convertirnos en una víctima de sacrificio a través de la cual el grupo se refuerza. En dos palabras: un chivo expiatorio.
Leer Parte 1 / Pornografía y Sanación Chamánica
Leer Parte 2 / Sanación Autoliteraria y Diálogo Con Uno Mismo
Leer parte 3 : El Espejo Mágico y la Escritura Telepática
Leer Parte 4/ Sueños Lúcidos y el Trauma Original
Leer Parte 5 / Comunicación de Cerebro a Cerebro y las Neuronas Espejo
Leer Parte 6/ La Afinidad entre Autor y Lector Genera una Gran Escritura
Leer Parte 7/ Indiviudación, Empatía y Transmisión Holográfica
pijamasurf
No hay comentarios:
Publicar un comentario